agosto 01, 2014

¿Cuál es tu causa?

A pesar de que este es un blog personal, donde escribo lo que me parece y muchas veces lo que me sucede, siempre trato de que se no sea una biografía de mí, sino una ventana a nuestro entorno desde mi perspectiva. Sin embargo esta entrada he decidido hacerla un poco más personal que el resto, con el objetivo de que conozcan un tema muy importante para mi y para todos. Este tema es el de las causas sociales.



Crecí escuchando a mi mamá contar cómo cuando era niña, hacía labor social todos los fines de semana por su colegio, ella decía -y dice- que ese aspecto era uno de los mejores al estudiar en un colegio de monjas. Siempre contaba como cuidaba de los enfermos, e incluso como se hizo amiga y por eso aún lleva en sus recuerdos, a algunas de las personas que llegó a cuidar. Sin embargo y tal vez hasta parecerá contradictorio, nunca me llevó a mi o a mi hermana a hacer labor social. Ella quería que nos naciera y no hubiera tenido mucho sentido si hubiera sido una obligación de todas formas.


Sin contar la labor social que hice mientras estaba en el colegio, la verdadera labor social, la escogida por mi, llegó en el primer año de universidad. Como muchas cosas de mi vida, un día solo pasó y me lancé. Los de Un Techo Para Mi País visitaron la u y entonces cogí el mail y escribí. Me preguntaron si podía ir a una casa donde estaban reunidos (porque venían de Quito) y dije ¡claro por qué no! Mi mamá casi me estrangula, porque era en un callejón muy oscuro, en un departamento que quedaba en el piso de arriba del edificio, así que me acompañó para asegurarse de que no me mataran. No pasó nada, solo este era el espacio que tenían por esos días y me dieron unos chalecos con la cajita para recoger el dinero. Me hicieron "jefe de grupo", que significaba que estaría en un punto de la ciudad recogiendo las donaciones y que aparte debería conseguir a más voluntarios para que lo hicieran conmigo. Los voluntarios vinieron solos en realidad y ahí estuve, a las seis de la mañana en Mall del sol. Llovía y nadie paraba, entonces dije "tenemos que cambiarnos". Nos fuimos al semáforo del Banco Bolivariano y ahí nos quedamos ¡¡hasta las seis de la tarde!! con un sol muy típico de Guayaquil, sudé más que nunca y estuve roja como un tomate todo el día. Mi propio padre había pasado por ese semáforo sin reconocerme (que cara habré tenido). Mi mamá como siempre preocupada apareció con comida para todo el grupo en la tarde y comimos en la vereda. Me acuerdo y pienso ¡que increíble! La adicción a los selfies aún no estaba en esa época, entonces no tengo ni una sola foto de todo esto.

Lo más lindo de todo, no fue el éxito que tuvo mi punto o el proyecto con las donaciones, sino haber visto como la gente se contagia de buenos sentimientos cuando ve que haces algo bueno. Por ejemplo, a nadie se le ocurrió llevar agua y no habían tiendas, además no teníamos plata, así que fuimos al banco para que nos regalaran agua, sin dudarlo nos dieron varios vasos y nos dijeron que regresáramos cuando quisiéramos, sin importar que fuéramos unos jóvenes sudados y sucios. Luego el Sr. que vendía naranjas nos regaló un par al vernos tan deshidratados. Nuestra falta de experiencia de pasar en la calle, nos había hecho ir terriblemente mal vestidos, el sol nos quemaba los brazos y la cara, mientras ellos, vendedores de todos los días, llevaban gorras y camisetas mangas largas. De pronto, ellos eran solidarios con nosotros, a pesar de que estábamos robando clientes de alguna forma, nadie nos lanzó una mala cara en ningún momento.

Después de la colecta me invitaron a construir casas y hasta ahí llegó mi viaje con Techo, porque mis papás no me dejaron ir jaja y entonces, fue ahí cuando una nueva causa apareció, y para quedarse.

Desde siempre, me han gustado los animales y la naturaleza. Crecí en la playa, en las olas, sin miedo a las algas o a las aguas malas. Crecí viendo a mi papá atrapar murciélagos que se habían metido a la casa, para poder dejarlos ir. Tuve peces, tortugitas, un lorito, pero a pesar de que lo quería con todas mis ganas, nunca un perro. Vivíamos en un departamento, mi hermana y yo teníamos alergia y mi mamá siempre cogía eso como excusa. Hasta que en San Valentín del 2006, mi tía me regaló un perro. Fue uno de los mejores regalos de mi vida y cambio todo para siempre. El perro era un cocker y le puse Pibo.

Pibo creció y me enseñó el amor perruno. Si no han tenido un perro, se han perdido de uno de los amores más fieles, incondicionales y sencillos, en todo el mundo. Los perros se volvieron mis criaturas favoritas en el planeta. Y entonces empecé a notar lo que veía todos los días sin en realidad mirar, los perros de la calle. Comencé a leer y a leer y descubrí muchos problemas, siendo el más grave, que las personas habíamos hecho de esta especie mercancía. Perros abandonados por dueños que decidieron irse de viaje o mudarse de casa, tiendas de perros trayendo más de ellos al mundo existiendo tantos abandonados, y así muchos más. Investigué sobre organizaciones que trabajan con el maltrato, en otros países y en el nuestro. Empecé a seguirlas de cerca y me di cuenta que necesitaban ayuda, que en realidad eran personas como yo, ningún gobierno las apoyaba, ni ninguna empresa las financiaba, y a la mitad del 2012, pensé "tengo que hacer algo", y se me metió en la cabeza contribuir de alguna forma con el maltrato animal.

Un poco de la comida

Me contacté con las organizaciones de Guayaquil y hablé con sus coordinadores, me di cuenta que lo que más necesitaban eran recursos. Se me ocurrió crear una colecta gigante de comida para perros y pensé que no podía ser tan difícil. Como mencioné en una entrada anterior, cuando eres una persona que tiene iniciativas, tienes que tener al menos una persona a tu lado que te escuche y que te apoye. En mi caso, el que más me escucha es Edwin. Así que le conté y me dijo "si". Luego le conté a mi familia (hice una presentación del proyecto) y a mis amigos cercanos. Todos me ayudaron y nació "Pela el colmillo". La colecta fue en diciembre y fue una locura, nos levantamos a las 6 de la mañana y terminamos a las 8 de la noche. Nosotros montamos y desmontamos absolutamente todo, tocamos muchas puertas, prestamos muchas cosas, fue locamente estresante, pero ¡funcionó! recolectamos el triple de lo que esperábamos, e incluso las personas llevaron comida para gatos y medicinas. Fue en realidad una de las cosas más gratificantes de mi vida y cada dificultad valió la pena.



Pela el colmillo no acabó con el evento, sino que continuó conmigo y con mi familia. Con Edwin y mi hermana, hacemos rescates independientes, esterilizamos, o damos hogar temporal. A veces con más amigos bañamos a los perros de uno de los refugios y así ponemos de nuestra parte en esta causa que tiene mucho por hacer. No es fácil, para nada, siempre tenemos que rogarle a mi mamá que nos deje dejar por un tiempo a los animales en la casa, tenemos que financiarnos nosotros mismos, tenemos que amanecer con los llantos de los cachorros, tenemos que manejar el tiempo entre los estudios y el trabajo, tenemos que amarrarnos el corazón cuando encuentran una nueva casa, y sobre todo, tenemos que manejar y aceptar que no podemos cambiar el problema de la noche a la mañana y que mientras rescatamos a uno, hay 50 afuera que nos necesitan. Y por eso tenemos que seguir.

Dog`s heaven :)
No les digo que trabajen con los animales, pero si les digo que encuentren su causa. La que los llene y la que los apasione. La que los haga reír  y la que los haga llorar. Porque créanme que su vida tendrá más sentido y podrán pensar que si mueren mañana, llevarán en su corazón una gran sonrisa.

Aprovecho para dedicarle este post a Pibo, quien se recupera de haber estado, después de 9 años de buena salud, muy enfermo. Es una de mis más grandes inspiraciones y uno de mis mejores maestros ¡Long live Piwi!

Pibo y yo en la colecta



Les dejo un artículo escrito por mi, sobre el rescate de las especies, que acaba de salir en Revista Cosas. Den click para leerlo.




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